lunes, 12 de enero de 2015

Anarquismo: Lo Que Realmente Significa - Emma Goldman

ANARQUISMO: LO QUE REALMENTE SIGNIFICA
EMMA GOLDMAN


Anarquía
Siempre despreciada, maldecida, nunca comprendida
eres el terror espantoso de nuestra era.
“Naufragio de todo orden”, grita la multitud,
“Eres tú y la guerra y el infinito coraje del asesinato.”
Oh, deja que lloren. Para esos que nunca han buscado
la verdad que yace detrás de la palabra,
para ellos la definición correcta de la palabra no les fue dada.
Continuarán ciegos entre los ciegos.
Pero tú, oh palabra, tan clara, tan fuerte, tan pura,
tú dices todo lo que yo, por meta he tomado.
¡Te entrego al futuro! Tú estarás segura
cuando uno, al final, por sí mismo, despierte.
¿Vendrá con los rayos solares? ¿En la emoción de la tempestad?
No puedo decirlo, ¡pero la Tierra la podrá ver!
¡Soy un anarquista! Por lo que no
gobernaré, y ¡tampoco seré gobernado!
John Henry Mackay

La historia del desarrollo y crecimiento humano es, al mismo tiempo, la historia de la terrible lucha de cada nueva idea anunciando la llegada de un muy brillante amanecer. En su tenaz mantenimiento de la tradición, lo Viejo con sus medios más crueles y repugnantes pretende detener el advenimiento de lo Nuevo, cualesquiera sean la forma y el período en que éste se manifieste. No hace falta que retrotraigamos nuestros pasos hacia un pasado distante para darnos cuenta de la inmensidad de la oposición, las dificultades y adversidades puestas en el camino de cada idea progresista. La rueca, la empulgueras y el látigo se mantienen entre nosotros; al igual que el traje del presidiario y la ira social, todos conspirando en contra del espíritu que serenamente está en marcha.

El anarquismo no podía esperar escapar del destino de todas las demás ideas innovadoras. De hecho, como el más revolucionario e inflexible innovador, el anarquismo necesariamente debe toparse con la combinación de la ignorancia y la malicia del mundo que pretende reconstruir.

Para rebatir, aunque sea escuetamente, todo lo que se está diciendo y haciendo en contra del anarquismo, requeriría escribir todo un libro.Por lo tanto, sólo abordaré dos de las principales objeciones. Haciéndolo así, podré aclarar lo que verdaderamente significa anarquismo.

El extraño fenómeno del rechazo al anarquismo es que ilumina la relación entre la denominada inteligencia e ignorancia. Y aun esto no es tan extraño cuando consideramos la relatividad de las cosas. La masa ignorante tiene a su favor que no pretende aparecer como sabia o tolerante. Actuando, como siempre lo hace, por mero impulso, su razonamiento es como el de los niños. ¿Por qué?, Porque sí. Aun así, la oposición del no educado hacia el anarquismo merece la misma consideración que la del hombre inteligente.

Por tanto, ¿cuáles son sus objeciones? Primero, que el anarquismo es impracticable, aunque un bello ideal. Segundo, que el anarquismo conlleva violencia y destrucción, y por tanto, debe ser repudiado como vil y peligroso. Tanto el hombre inteligente como la masa ignorante realizan sus juicios, no a partir de un conocimiento del mismo, sino a partir de habladurías ode falsas interpretaciones.

Un proyecto práctico, dice Oscar Wilde, es aquel que ya existe o un proyecto que podría llevarse a cabo bajo las condicionesexistentes; sin embargo, son exactamente las condiciones existentes las que uno rechaza, y cualquier proyecto que acepte estas condiciones será erróneo y una locura. El verdadero criterio de lo práctico, por tanto, no es si puede permanecer intacto al final lo erróneo o irracional; hasta cierto punto, consiste en averiguar si el proyecto tiene la vitalidad suficiente como para dejar atrás las aguas estancadas de lo viejo, y levantar, al igual que mantener, una nueva vida. A la luz de esta concepción, el anarquismo es de hecho práctico. Mucho más que cualquier otra idea, posibilita acabar con lo equívoco e irracional; más que cualquier otra idea, levanta y sostiene una nueva vida.

Los sentimientos del hombre ignorante son mantenidos en el oscurantismo mediante las historias más sangrientas sobre el anarquismo. Nada es demasiado ofensivo para ser empleado en contra de esta filosofía y sus defensores. Por lo tanto, el anarquismo representa para el no letrado lo que el proverbial hombre malo para un niño: un monstruo negro empeñado en engullirse todo; en pocas palabras, la destrucción y la violencia.

¡Destrucción y violencia! ¿Cómo va a saber el hombre ordinario que el elemento más violento en la sociedad es la ignorancia; que su poder de destrucción es justamente lo que el anarquismo está combatiendo? Tampoco está al tanto de que el anarquismo, cuyas raíces, como fuera, son parte de las fuerzas naturales, destruyendo, no el tejido saludable, sino los crecimientos parasitarios que se nutren de la esencia vital de la sociedad. Simplemente está limpiando el suelo de hierbajos y arbustos para que, con el tiempo, dé un fruto saludable.

Alguien ha dicho que se requiere menos esfuerzo mental para condenar que lo que se requiere para pensar. La generalizada indolencia mental, tan presente en la actual sociedad, nos demuestra que esto es cierto. En vez de llegar al fondo de cualquier idea dada, para examinar sus orígenes y significado, la mayoría de las personas la condenarán en su conjunto o dependerán de algunos prejuicios o definiciones superficiales de los aspectos no esenciales.

El anarquismo anima al hombre a pensar, a investigar, a analizar cada proposición; pero para no abrumar al lector medio, comenzaré con una definición y posteriormente la desarrollaré.

Anarquismo: La filosofía de un nuevo orden social basado en la libertad sin restricciones de leyes artificiales; la teoría es que todas las formas de gobierno descansan en la violencia y, por tanto, son erróneos y peligrosos, e igualmente innecesarios.

El nuevo orden social se apoya, por supuesto, sobre las bases materialistas de la vida; aunque todos los anarquistas están de acuerdo en que el principal mal en la actualidad es el económico, mantienen que la solución a esa maldad sólo puede alcanzarse si consideramos cada fase de la vida, tanto individual como colectiva; las fases internas tanto como las externas.

Una revisión a fondo de la historia del desarrollo humano nos descubrirá dos elementos en encarnizado enfrentamiento; elementos que sólo actualmente comienzan a ser comprendidos, no como extraños uno del otro, sino estrechamente relacionados y en verdadera armonía, si son situados en el ambiente apropiado: los instintos individuales y sociales. El individuo y la sociedad han sostenido una persistente y sangrienta batalla a lo largo de los siglos, cada uno luchando por la supremacía, ya que cada uno estaba cegado por el valor e importancia del otro.Los instintos individuales y sociales; uno, el más potente factor para la iniciativa individual, para el crecimiento, la aspiración y autorrealización; el otro, igualmente un potente factor para el apoyo mutuo y el bienestar social.

No nos hallamos muy lejos de explicar la tormenta desatada dentro del individuo, y entre éste y su entorno. El ser humano primitivo, incapacitado para comprender su ser, y mucho menos la unidad de toda la vida, se sentía absolutamente dependiente de las ciegas y ocultas fuerzas, siempre dispuestas a burlarse y ridiculizarlo. A partir de esta actitud, surgieron los conceptos religiosos del ser humano como una mera partícula de polvo, dependiente de poderes supremos en lo alto, quienes sólo pueden ser aplacados mediante la completa sumisión. Todas las primigenias sagas descansan en esta idea, la cual sigue siendo el leitmotiv de las narraciones bíblicas que tratan de la relación entre el hombre y Dios, el Estado, la sociedad. Una y otra vez, el mismo motivo, el hombre no es nada, los poderes supremos lo son todo. Por tanto, Jehová sólo tolerará al hombre a condición de su completa sumisión. El Estado, la sociedad y las leyes morales repiten la misma cantinela: El hombre puede tener todas las glorias de la Tierra, pero no podrá tener conciencia de sí mismo.

El anarquismo es la única filosofía que brinda al ser humano la conciencia de sí mismo; la cual mantiene que Dios, el Estado y la sociedad no existen, que sus promesas son nulas y están vacías, en tanto sólo pueden ser alcanzadas plenamente a través de la subordinación del hombre. El anarquismo es, por tanto, el maestro de la unidad de la vida; no sólo en la naturaleza, sino en el hombre. No existe conflicto entre los instintos individuales
y sociales, no más de los que existen entre el corazón y los pulmones: uno es el recipiente de la esencia de la preciosa vida, el otro el recipiente del elemento que mantiene la esencia pura y fuerte. El individuo es el corazón de la sociedad, conservando la esencia de la vida social; la sociedad es el pulmón, el cual distribuye el elemento que mantiene la esencia de la vida –esto es, el individuo– pura y fuerte.

La única cosa valiosa en el mundo”, dice Emerson, “es el alma activa; la cual todo ser humano tiene dentro de sí. El alma activa ve la verdad absoluta y proclama la verdad y la crea”. En otras palabras, el instinto individual es la cosa de mayor valor en el mundo. Ésta es la verdadera alma que ve y crea la verdadera vida, a partir de la cual surgirá una mayor verdad, el alma social renacida.

El anarquismo es el gran libertador del hombre de los fantasmas que lo ha mantenido cautivo; es el árbitro y pacificador de las dos fuerzas para una armonía individual y social. Para alcanzar esta unidad, el anarquismo ha declarado la guerra a las influencias perniciosas, las cuales desde siempre han impedido la combinación armoniosa de los instintos individuales y sociales, del individuo y la sociedad.

La religión, el dominio de la conducta humana, representa el baluarte de la esclavitud humana y todos los horrores que supone. ¡Religión! Cómo domina el pensamiento humano, cómo humilla y degrada su alma. Dios es todo, el hombre es nada, dice la religión. Pero, a partir de esa nada, Dios ha creado un reino tan despótico, tan tiránico, tan cruel, tan terriblemente riguroso que nada que no sea la tristeza, las lágrimas y sangre han gobernado el mundo desde que llegaron los dioses. El anarquismo suscita al ser humano a rebelarse contra ese monstruo negro. Rompe tus cadenas mentales, dice el anarquismo al hombre, hasta que no pienses y juzgues por ti mismo no te librarás del dominio de la oscuridad, el mayor obstáculo a todo progreso.

La propiedad, el dominio de las necesidades humanas, la negación del derecho a satisfacer sus necesidades. El tiempo surgió cuando la propiedad reclamó su derecho divino, cuando se dirigió al hombre con la misma monserga, igual que la religión: “¡Sacrifícate! ¡Abjura! ¡Sométete!”. El espíritu del anarquismo ha elevado al hombre de su posición postrada. Ahora se mantiene de pie, con su cara mirando hacia la luz. Ha aprendido a ver la insaciable, devoradora y devastadora naturaleza de la propiedad, y se prepara para dar el golpe de muerte al monstruo.

La propiedad es un robo”, decía el gran anarquista francés Proudhon. Sí, pero sin riesgo y peligro para el ladrón.
Monopolizando los esfuerzos acumulados del hombre, la propiedad le ha robado su patrimonio, convirtiéndolo en un indigente y en un paria. La propiedad no tiene incluso ni la tan gastada excusa de que el hombre no puede crear lo suficiente como para satisfacer sus necesidades. El más simple estudiante de economía sabe que la productividad del trabajo en las últimas décadas excede, de lejos, la normal demanda. Pero, ¿qué son demandas normales para una institución anormal? La única demanda que la propiedad reconoce es su propio apetito glotón por mayores riquezas, ya que riqueza significa poder; el poder para someter, para aplastar, para explotar, el poder de esclavizar, de ultrajar, de degradar. Norteamérica particularmente es jactanciosa de su gran poder, de su enorme riqueza nacional. Pobre Norteamérica, ¿de qué vale toda sus riquezas si los individuos que componen la nación son miserablemente pobres, si viven en la vileza, en la suciedad, en el crimen, sin esperanzas ni alegrías, deambulando, los sin techo, un mugriento ejército de víctimas humanas?

Generalmente se acepta que, a menos que las ganancias de cualquier negocio excedan a los costos, la bancarrota es inevitable. Pero aquellos comprometidos en el negocio de producir riquezas no han aprendido ni esta simple lección. Cada año, el coste de producción en vidas humanas cada vez es mayor (50.000 asesinados, 100.000 heridos en el último año en Norteamérica); las ganancias para las masas, quienes han ayudado a crear las riquezas, cada vez son menores. Aún Norteamérica continúa ciega frente a la inevitable bancarrota de nuestras empresas productivas. Pero éste no es su único crimen. Aún más fatal es ¿el crimen de convertir al productor en una mera pieza de una máquina, con menos capacidad de decisión que sus amos de hierro y acero. A los hombres se les roba no sólo el producto de su labor, sino la fuerza de la libre iniciativa, de la originalidad y el interés o deseo por las cosas que él realiza.

La verdadera riqueza consiste en objetos de utilidad y belleza, en cosas que ayuden a crear cuerpos fuertes, bellos y espacios que inspiren a vivir en ellos. Pero si el hombre está condenado a ovillar algodón en una canilla, o cavar el carbón, o construir caminos durante treinta años de su vida, no se puede hablar de riqueza. Lo que entregan al mundo son sólo objetos grises y repugnantes, reflejo de su existencia aburrida y repugnante, demasiado débil para vivir, demasiado cobarde como para morir. Es extraño decirlo, pero hay personas que alaban estos métodos de mala muerte de centralizar la producción como el más orgulloso logro de nuestra época. Se equivocan plenamente al no darse cuenta que si continuamos con esta sumisión a la máquina, nuestra esclavitud será más plena que nuestro servilismo al rey. No quieren saber que la centralización no es sólo el toque de difuntos de la libertad, sino igualmente de la salud y la belleza, del arte y la ciencia, todas ellas imposibles en una atmósfera cronometrada, mecánica.

El anarquismo no sólo repudia tales métodos de producción: su objetivo es la más libre posible expresión de todas las fuerzas latentes del individuo. Oscar Wilde definía una personalidad perfecta como “una que se ha desarrollado bajo perfectas condiciones, que no ha sido dañada, mutilada o en peligro”. Una personalidad perfecta, por tanto, sólo es posible en un estado social donde el hombre sea libre para elegir el modo de trabajo, las condiciones de trabajo y la libertad para trabajar. Una sociedad para la cual la fabricación de una mesa, la edificación de una casa o labrar la tierra, sea lo que la pintura para el artista o el descubrimiento para el científico; el resultado de la inspiración, de un intenso anhelo y un profundo interés en el trabajo como una fuerza creativa. Siendo ése el ideal del anarquismo, la organización económica debe consistir en una asociación voluntaria de producción y distribución, gradualmente desarrolladas dentro de un comunismo libertario, el mejor medio de producir con el menor gasto de energía humana. El anarquismo, sin embargo, igualmente reconoce el derecho del individuo, o un grupo de individuos, para fijar en cualquier momento otras formas de trabajo, en armonía con sus gustos y deseos.

En tanto tal muestra libre de energía humana sólo es posible bajo una completa libertad individual y social, el anarquismo dirige sus fuerzas contra el tercer y mayor enemigo de toda igualdad social; concretamente, el Estado, la autoridad organizada o la ley estatutaria, la dominación de la conducta humana.

De igual modo a como la religión ha encadenado la mente humana, y la propiedad o el monopolio de los objetos, ha sumido y suprimido las necesidades humanas, el Estado ha esclavizado su espíritu, dictando cada fase de la conducta. “Todo gobierno, en esencia”, dice Emerson, “es tiranía”. Sin importar que se gobierne por derecho divino o por mayoría. En cualquier caso, su objetivo es la absoluta subordinación del individuo.

En referencia al gobierno estadounidense, el gran anarquista norteamericano David Thoreau decía: “Gobierno, qué es si no una tradición, aunque sea reciente, tiene la tentación de transmitirse a sí mismo intacto a la posteridad, aunque en cada instancia pierda su integridad; no tiene la vitalidad y fuerza de un simple hombre vivo. La ley nunca ha hecho al hombre más justo; y por medio del respeto a la misma, incluso los mejor predispuestos diariamente se convierten en agentes de la injusticia”.

De hecho, el elemento central del gobierno es la injusticia. Con la arrogancia y la autosuficiencia de un rey que no se equivoca, los gobiernos ordenan, juzgan, condenan y castigan las más insignificantes ofensas, mientras se mantiene por medio de la mayor de las ofensas: la aniquilación de la libertad individual. Por lo tanto, Ouida está en lo cierto cuando mantiene que “El Estado sólo busca inculcar aquellas cualidades en su público mediante las cuales sus demandas sean obedecidas, y sus arcas llenas. Su mayor logro ha sido la reducción de la humanidad al funcionamiento de un reloj. En esta atmósfera, todas esas tenues y más delicadas libertades, que requieren un cuidado y una expansión espaciosa, inevitablemente se secan y fallecen. El Estado requiere una maquinaria cobradora de impuesto que no tenga obstáculos, un fisco el cual nunca tenga déficit, y un público monótono, obediente, descolorido, apocopado, moviéndose humildemente como un rebaño de ovejas a lo largo de un camino entre dos muros”.

Pero hasta un rebaño de ovejas podría hacer frente a los embustes del Estado, si no fuera por los métodos corruptores, tiránicos y opresivos empleados para alcanzar sus objetivos. Por eso Bakunin repudia al Estado como sinónimo de la claudicación de la libertad del individuo o las pequeñas minorías; la destrucción de las relaciones sociales, la restricción o incluso la completa negación, de la propia vida, para su engrandecimiento. El Estado, altar de la libertad política y, como el altarreligioso, se mantiene con el propósito del sacrificio humano.

De hecho, no hay casi ningún pensador moderno que no esté de acuerdo con que el gobierno es la autoridad organizada, o el Estado es necesario sólo para mantener o proteger la propiedad y el monopolio. Se han mostrado sólo eficaces para esa función. Incluso George Bernard Shaw, quien todavía cree en el milagro de un Estado bajo el fabianismo, no ha podido dejar de admitir que “en estos momentos es una inmensa maquinaria para robar y esclavizar a los pobres mediante la fuerza bruta”. Siendo así, es muy difícil entender por qué el desconcertante intelectual desea mantener el Estado después de que la pobreza deje de existir.

Desafortunadamente, todavía existe un amplio número de personas que continúan manteniendo la fatal creencia de que el gobierno descansa en leyes naturales, que mantiene el orden social y la armonía, que disminuye el crimen y que evita que el vago esquilme a sus semejantes. Por lo tanto, debo examinar estos planteamientos.

Una ley natural es un factor en el ser humano, el cual se impone a sí mismo, libre y espontáneamente, sin ninguna fuerza externa, en armonía con los requisitos de la naturaleza. Por ejemplo, las exigencias de una nutrición, una gratificación sexual, de la luz, el aire y el ejercicio, son una ley natural. Pero su expresión no necesita de la maquinaria gubernamental, no necesita de la porra, de la pistola, de las esposas o de la prisión. Para obedecer tales leyes, si podemos denominarlo como obediencia, sólo se necesita de la espontaneidad y libre oportunidad. Que los gobiernos no se mantienen por medio de tales factores armoniosos lo demuestra las terribles muestras de violencia, fuerza y coerción que todos los gobiernos emplean con el objetivo de subsistir. Por tanto, Blackstone tiene razón cuando dice: “Las leyes humanas no son válidas, ya que son contrarias a las leyes de la naturaleza”.

A no ser el orden de Varsovia tras la matanza de miles de personas, es muy difícil atribuir a los gobiernos cualquier capacidad para el orden o la armonía social. El orden derivado de la sumisión y mantenido por medio del terror no es una garantía de seguridad, aunque sea el único “orden” que los gobiernos han mantenido siempre. La verdadera armonía social surge naturalmente de la solidaridad de intereses. En una sociedad en donde aquellos que siempre trabajan nunca tienen nada, mientras aquellos que nunca han trabajado disfrutan de todo, no existe la solidaridad de intereses; por lo tanto, la armonía social sólo es un mito. La única manera en que la autoridad organizada hace frente a esta grave situación es ampliando todavía más los privilegios para aquellos que ya monopolizan la tierra, y esclavizando aún más a las masas desheredadas. De esta manera, todo el arsenal del gobierno –leyes, policía, soldados, juzgados, parlamentos y prisiones– está rotundamente al servicio de la “armonización” de los elementos más antagónicos de la sociedad.

La más absurda apología de la autoridad y la ley es que sirven para reducir el crimen. Aparte del hecho de que el Estado es en sí mismo el mayor criminal, rompiendo cualquier ley escrita y natural, robando a través de los impuestos, asesinando a través de la guerra y pena capital, se ha visto incapacitado para hacer frente al crimen. Ha fracasado plenamente en destruir o incluso minimizar el terrible azote de su propia creación.

El crimen no es otra cosa que energía mal dirigida. En tanto cada institución actual, económica, política, social y moral, conspire para conducir las energías humanas por canales erróneos; en tanto la mayoría de las personas esté fuera de lugar, haciendo las cosas que ellos odian, viviendo una vida que aborrecen, el crimen será inevitable, y todas las leyes de los códigos legales sólo pueden incrementar, y nunca acabar, con el crimen. ¿Qué hace la sociedad, en su actual forma, para conocer los procesos de desesperación, de pobreza, de horrores, de la terrible lucha que mantiene el alma humana en su camino hacia el crimen y la degradación? Quien conozca este terrible proceso no puede dejar de reconocer la verdad de estas palabras de Kropotkin:

“Aquellos que mantendrán el balance entre los beneficios
atribuidos a la ley y el castigo, y los efectos degradantes de
este último sobre la humanidad; aquellos que estimarán el
torrente de depravación vertida en la sociedad humana por el
soplón, potenciado incluso por el juez y pagado por ello con
moneda cantante y sonante por los gobiernos, bajo el pretexto
de que ayuda a desenmascarar el crimen; aquellos que
entrarán entre los muros de las prisiones y verán allí en lo que
se han convertido los seres humanos cuando se les priva de la
libertad, cuando están sometidos a la vigilancia de brutales
guardianes, con burdas y crueles palabras, con miles de punzantes
y desgarradoras humillaciones, estarán de acuerdo con
nosotros que todo el aparato de prisiones y castigos es una
abominación que debe concluir”.

La disuasiva influencia de la ley sobre el hombre perezoso es demasiado absurda como para merecer alguna consideración. Con que la sociedad fuera liberada de los derroches y gastos de mantener a la clase ociosa e igualmente los grandes gastos de la parafernalia de la protección que requiere esta clase ociosa, la mesa social podría contener abundancia para todos, incluidos incluso los ocasionales individuos ociosos.

Por otro lado, es correcto considerar que la vagancia es producto, o de los privilegios especiales o de las anormalidades físicas y mentales. Nuestro presente insano sistema de producción potencia ambos, y lo que es más sorprendente es que las personas quieran trabajar, incluso ahora. El anarquismo aspira liberar al trabajo de sus aspectos agotadores y deprimentes, de sus tristezas y coacciones. Su aspiración es hacer del trabajo un instrumento de disfrute, de energía, de color y de verdadera armonía, para que aun el más pobre de los hombres, pueda hallar en el trabajo tanto alegría como esperanza.

Para lograr tal modelo de vida, el gobierno, con sus injustas, arbitrarias y represivas medidas, debe ser eliminado. Lo más que ha hecho ha sido imponer un solo modo de vida para todos, sin tener en cuenta las variaciones y necesidades individuales y sociales. Para destruir el gobierno y sus códigos legales, el anarquismo propone rescatar el amor propio y la independencia del individuo de toda represión e invasión de la autoridad. Sólo en libertad puede el ser humano alcanzar su verdadera altura. Sólo en libertad podrá aprender a pensar y moverse, y dar lo mejor de sí mismo. Sólo en libertad podrá liberar las verdaderas fuerzas de los lazos sociales que vinculan a los seres humanos entre sí, y que son la verdadera base de una normal vida social.

Pero, ¿qué pasa con la naturaleza humana?, ¿puede cambiarse?, y si no, ¿podrá sobrevivir bajo el anarquismo?

Pobre naturaleza humana, ¡qué horribles crímenes se han cometido en su nombre! Cada tonto, desde el rey hasta el policía, desde el cabeza hueca hasta el aficionado sin visión de la ciencia, presumen de hablar con autoridad sobre la  naturaleza humana. Cuanto mayor sea el charlatán, más definitiva será su insistencia en la maldad y debilidad de la naturaleza humana. Pero, ¿cómo puede nadie hablar hoy en día, con todas las almas en prisión, con cada corazón encadenado, herido y mutilado, de esta manera?

John Burroughs ha indicado que estudios experimentales sobre animales en cautiverio son absolutamente inútiles. Su carácter, sus hábitos, sus apetitos sufren una completa transformación cuando son arrancados de su territorio en el campo y el bosque. Con la naturaleza humana enjaulada en un estrecho espacio, golpeada diariamente hasta la sumisión, ¿cómo podemos hablar de sus potencialidades?

La libertad, el desarrollo, la oportunidad y, sobre todo, la paz y la tranquilidad, son los únicos que pueden enseñarnos los verdaderos factores dominantes de la naturaleza humana y todas sus maravillosas posibilidades.

El anarquismo, por tanto, verdaderamente representa la liberación de la mente humana de la dominación de la religión; la liberación del cuerpo humano de la dominación de la propiedad; la liberación de las trabas y restricciones del gobierno. El anarquismo representa un orden social basado en la libre agrupación de individuos con el objetivo de producir verdadera riqueza social; un orden que garantizará a cada ser humano el libre acceso a la tierra y el pleno goce de las necesidades de la vida, de acuerdo con los individuales deseos, gustos e inclinaciones.

Ésta no es una idea estrambótica o una aberración mental. Es la conclusión a que han llegado multitud de hombres y mujeres inteligentes a lo largo del mundo; una conclusión a resultas de las observaciones detalladas y esmeradas de las tendencias de la sociedad moderna: la libertad individual y la igualdad económica, las fuerzas combinadas para el nacimiento de lo que es hermoso y verdadero en el hombre.

En cuanto a los métodos, el anarquismo no es, como algunos pueden suponer, una teoría sobre el futuro que se logrará a través de la divina inspiración. Es una fuerza viva en los hechos de nuestra existencia, constantemente creando nuevas condiciones. Los métodos del anarquismo, por lo tanto, no suponen un programa irrefutable que debe ser llevado a cabo bajo cualquier circunstancia. Los métodos deben surgir a partir de las necesidades económicas de cada lugar y clima, y de los requisitos intelectuales y temperamentales del individuo. El carácter sereno y calmado de Tolstoi necesitará diferentes métodos para la reconstrucción social que la personalidad intensa y desbordante de un Miguel Bakunin o un Pedro Kropotkin. Igualmente debe estar claro que las necesidades económicas y políticas de Rusia dictarán medidas más drásticas que en Inglaterra o Estados Unidos. El anarquismo no defiende la instrucción militar y la uniformidad; pero sí defiende, sin embargo, el espíritu revolucionario, en cualquier forma, contra cualquier cosa que impida el crecimiento humano. Todos los anarquistas están de acuerdo en ello, de igual modo en que están de acuerdo en
su oposición a las maquinaciones políticas como medio para alcanzar el gran cambio social.

Toda votación”, dice Thoreau, “es una especie de juego, como las damas o el backgammon, jugando con lo correcto y lo erróneo; su obligación nunca excede su conveniencia. Incluso votando lo correcto no está haciendo nada por ello. Un hombre sabio no dejará lo correcto a merced de la casualidad, ni deseará que prevalezca a través del poder de la mayoría.” Un examen minucioso de la maquinaria política y sus consecuenciasconfirmaría la lógica de Thoreau.

¿Qué nos demuestra la historia del parlamentarismo? Nada, salvo el fracaso y la derrota de hasta la más simple reforma para mejorar la presión económica y social que sufren las personas. Leyes han sido aprobadas y promulgadas para la mejora y protección del trabajo. Así, el año pasado se demostró que Illinois, con las más rígidas leyes para proteger a los mineros, ha sufrido el mayor desastre de la minería. En los Estados en donde imperan leyes sobre el trabajo infantil, la explotación de los menores es altísima, y aunque entre nosotros los trabajadores disfrutan de plena capacidad política, el capitalismo ha alcanzado su cumbre de descaro.

Incluso si los trabajadores pudiesen tener sus propios representantes, por lo cual claman nuestros buenos políticos socialistas, ¿qué oportunidad habrá para su honestidad y buena fe? Debe tenerse en mente los procesos políticos para darse cuenta que el camino de las buenas intenciones está lleno de escollos: prebendismo, intrigas, favores, mentiras, fullerías; de hecho, embustes de todo tipo, mediante los cuales el aspirante político puede alcanzar el éxito. Añadido a esto, está la completa desmoralización del carácter y convicción, hasta que no quede nada que pudiera hacernos esperar algo de tales ruinas humanas. Una y otra vez, las personas han sido tan estúpidas para confiar, creer y apoyar hasta su último penique a los aspirantes políticos, sólo para hallarse a sí mismos traicionados y engañados.

Se puede mantener que el ser humano íntegro no se corromperá con la miseria de la vorágine política. Tal vez no; pero tales personas se encontrarán absolutamente desamparadas como para ejercer la más mínima influencia en nombre de los trabajadores, como de hecho ha quedado demostrado en numerosas ocasiones. El Estado es el amo económico de sus sirvientes. Los buenos hombres, si los hubiera, o permanecen fieles a sus creencias políticas, perdiendo sus apoyos económicos, o se aferran a sus amos económicos, siendo incapaces de hacer el más mínimo bien. El campo político no deja alternativa, uno debe ser o un zopenco o un canalla.

La superstición política todavía influye sobre los corazones y mentes de las masas, aunque los verdaderos amantes de la libertad no tendrán nada que ver con ello. Al contrario, creerán, con Stirner, que el hombre tendrá tanta la libertad como ellos quieran tomar. El anarquismo, por tanto, defiende la acción directa, el rechazo abierto y la resistencia frente a las leyes y las restricciones económicas, sociales y morales. Aunque el rechazo y la resistencia sean ilegales. En ello descansa la salvación del ser humano. Todo lo ilegal necesita de la integridad, de la independencia y el coraje. En pocas palabras, buscamos la libertad, los espíritus independientes, los “hombres que son hombres, y que tienen la fortaleza para no dejarse manipular”.

El propio sufragio universal debe su existencia a la acción directa. Si no llega a ser por el espíritu de rebelión, de desafío, por parte de los padres revolucionarios norteamericanos, sus descendientes todavía vestirían la chaqueta real. Si no llega a ser por la acción directa, John Brown y sus camaradas, Norteamérica todavía estaría comerciando con la carne de las personas de color. Lo cierto es que el negocio de la carne blanca todavía está vigente; pero ésta, igualmente, será abolida por la acción directa. El sindicalismo, la palestra económica del gladiador moderno, debe su propia existencia a la acción directa. Sin embargo, recientemente, la ley y el gobierno han intentado acabar con el movimiento sindicalista, condenando a los partidarios del derecho del hombre a organizarse, a la cárcel como conspiradores. Si hubieran intentado hacer valer su causa a través del ruego, de las súplicas y el compromiso, los sindicatos tendrían una insignificante presencia. En Francia, en España, en Italia, en Rusia, hasta en Inglaterra (ejemplo de la creciente rebelión de las centrales obreras), la acción directa, revolucionaria y económica, ha adquirido una fuerza tan poderosa en la batalla por la libertad industrial que ha conllevado que todo el mundo se percate de la tremenda importancia del poder del trabajo. La huelga general, la suprema expresión de la concientización económica de los obreros, era nimia en Norteamérica hasta hace muy poco. En la actualidad, toda gran huelga, con el objetivo de lograr el triunfo, debe tener en cuenta la importancia de la protesta general solidaria.

La acción directa, que ha demostrado su efectividad en los aspectos económicos, es igualmente potente en el entorno del individuo. Hay cientos de fuerzas que invaden los límites del ser, y sólo la persistente resistencia frente a ellas finalmente lo libertará. La acción directa contra la autoridad en el taller, la acción directa contra la autoridad de la ley, la acción directa contra la invasora y entrometida autoridad de nuestros códigos morales, es el lógico y coherente método del anarquismo.

¿Nos llevará ésta a una revolución? Por supuesto, lo hará. Ningún verdadero cambio social ha tenido lugar sin una revolución. Las personas, o no están familiarizadas con su historia, o todavía no han aprendido que la revolución es el pensamiento convertido en acción.

El anarquismo, el gran fermento del pensamiento, actualmente está imbricado en cada uno de los aspectos de los logros humanos. La ciencia, el arte, la literatura, el teatro, el esfuerzo por la mejora económica, de hecho, cada oposición individual y social al desorden existente en las cosas, es iluminada por la luz espiritual del anarquismo. Es la filosofía de la soberanía del individuo. Es la teoría de la armonía social. Es el gran resurgimiento de la verdadera vida que se está reconstruyendo en el mundo, y que nos conducirá hasta el Amanecer.



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