ANARQUISMO: LO QUE REALMENTE
SIGNIFICA
EMMA GOLDMAN
Anarquía
Siempre despreciada, maldecida,
nunca comprendida
eres el terror espantoso de
nuestra era.
“Naufragio de todo orden”,
grita la multitud,
“Eres tú y la guerra y el
infinito coraje del asesinato.”
Oh, deja que lloren. Para esos
que nunca han buscado
la verdad que yace detrás de la
palabra,
para ellos la definición
correcta de la palabra no les fue dada.
Continuarán ciegos entre los
ciegos.
Pero tú, oh palabra, tan clara,
tan fuerte, tan pura,
tú dices todo lo que yo, por
meta he tomado.
¡Te entrego al futuro! Tú
estarás segura
cuando uno, al final, por sí
mismo, despierte.
¿Vendrá con los rayos solares?
¿En la emoción de la tempestad?
No puedo decirlo, ¡pero la
Tierra la podrá ver!
¡Soy un anarquista! Por lo que
no
gobernaré, y ¡tampoco seré
gobernado!
John Henry Mackay
La historia del desarrollo y
crecimiento humano es, al mismo tiempo, la historia de la terrible lucha de
cada nueva idea anunciando la llegada de un muy brillante amanecer. En su tenaz
mantenimiento de la tradición, lo Viejo con sus medios más crueles y
repugnantes pretende detener el advenimiento de lo Nuevo, cualesquiera sean la
forma y el período en que éste se manifieste. No hace falta que retrotraigamos
nuestros pasos hacia un pasado distante para darnos cuenta de la inmensidad de
la oposición, las dificultades y adversidades puestas en el camino de cada idea
progresista. La rueca, la empulgueras y el látigo se mantienen entre nosotros; al
igual que el traje
del presidiario y la ira social, todos conspirando en contra del
espíritu que serenamente está en marcha.
El anarquismo no podía esperar
escapar del destino de todas las demás ideas innovadoras. De hecho, como el más
revolucionario e inflexible innovador, el anarquismo necesariamente debe
toparse con la combinación de la ignorancia y la malicia del mundo que pretende
reconstruir.
Para rebatir, aunque sea
escuetamente, todo lo que se está diciendo y haciendo en contra del anarquismo,
requeriría escribir todo un libro.Por lo tanto, sólo abordaré dos de las
principales objeciones. Haciéndolo así, podré aclarar lo que verdaderamente
significa anarquismo.
El extraño fenómeno del rechazo
al anarquismo es que ilumina la relación entre la denominada inteligencia e
ignorancia. Y aun esto no es tan extraño cuando consideramos la relatividad de
las cosas. La masa ignorante tiene a su favor que no pretende aparecer como
sabia o tolerante. Actuando, como siempre lo hace, por mero impulso, su
razonamiento es como el de los niños. ¿Por qué?, Porque sí. Aun así, la oposición del no educado hacia
el anarquismo merece la misma consideración que la del hombre inteligente.
Por tanto, ¿cuáles son sus
objeciones? Primero, que el anarquismo es impracticable, aunque un bello ideal.
Segundo, que el anarquismo conlleva violencia y destrucción, y por tanto, debe
ser repudiado como vil y peligroso. Tanto el hombre inteligente como la masa
ignorante realizan sus juicios, no a partir de un conocimiento del mismo, sino
a partir de habladurías ode falsas interpretaciones.
Un proyecto práctico, dice Oscar
Wilde, es aquel que ya existe o un proyecto que podría llevarse a cabo bajo las
condicionesexistentes; sin embargo, son exactamente las condiciones existentes
las que uno rechaza, y cualquier proyecto que acepte estas condiciones será
erróneo y una locura. El verdadero criterio de lo práctico, por tanto, no es si
puede permanecer intacto al final lo erróneo o irracional; hasta cierto punto,
consiste en averiguar si el proyecto tiene la vitalidad suficiente como para
dejar atrás las aguas estancadas de lo viejo, y levantar, al igual que
mantener, una nueva vida. A la luz de esta concepción, el anarquismo es de
hecho práctico. Mucho más que cualquier otra idea, posibilita acabar con lo
equívoco e irracional; más que cualquier otra idea, levanta y sostiene una
nueva vida.
Los sentimientos del hombre
ignorante son mantenidos en el oscurantismo mediante las historias más
sangrientas sobre el anarquismo. Nada es demasiado ofensivo para ser empleado
en contra de esta filosofía y sus defensores. Por lo tanto, el anarquismo
representa para el no letrado lo que el proverbial hombre malo para un niño: un
monstruo negro empeñado en engullirse todo; en pocas palabras, la destrucción y
la violencia.
¡Destrucción y violencia! ¿Cómo
va a saber el hombre ordinario que el elemento más violento en la sociedad es
la ignorancia; que su poder de destrucción es justamente lo que el anarquismo
está combatiendo? Tampoco está al tanto de que el anarquismo, cuyas raíces,
como fuera, son parte de las fuerzas naturales, destruyendo, no el tejido
saludable, sino los crecimientos parasitarios que se nutren de la esencia vital
de la sociedad. Simplemente está limpiando el suelo de hierbajos y arbustos
para que, con el tiempo, dé un fruto saludable.
Alguien ha dicho que se requiere
menos esfuerzo mental para condenar que lo que se requiere para pensar. La
generalizada indolencia mental, tan presente en la actual sociedad, nos
demuestra que esto es cierto. En vez de llegar al fondo de cualquier idea dada,
para examinar sus orígenes y significado, la mayoría de las personas la
condenarán en su conjunto o dependerán de algunos prejuicios o definiciones
superficiales de los aspectos no esenciales.
El anarquismo anima al hombre a
pensar, a investigar, a analizar cada proposición; pero para no abrumar al
lector medio, comenzaré con una definición y posteriormente la desarrollaré.
Anarquismo: La filosofía de un nuevo orden
social basado en la libertad sin restricciones de leyes artificiales; la teoría
es que todas las formas de gobierno descansan en la violencia y, por tanto, son
erróneos y peligrosos, e igualmente innecesarios.
El nuevo orden social se apoya,
por supuesto, sobre las bases materialistas de la vida; aunque todos los
anarquistas están de acuerdo en que el principal mal en la actualidad es el
económico, mantienen que la solución a esa maldad sólo puede alcanzarse si
consideramos cada
fase de la
vida, tanto individual como colectiva; las fases internas tanto como las
externas.
Una revisión a fondo de la
historia del desarrollo humano nos descubrirá dos elementos en encarnizado
enfrentamiento; elementos que sólo actualmente
comienzan a ser comprendidos, no como extraños uno del otro, sino estrechamente
relacionados y en verdadera armonía, si son situados en el ambiente apropiado:
los instintos individuales y sociales. El individuo y la sociedad han sostenido
una persistente y sangrienta batalla a lo largo de los siglos, cada uno
luchando por la supremacía, ya que cada uno estaba cegado por el valor e
importancia del otro.Los instintos individuales y sociales; uno, el más potente
factor para la iniciativa individual, para el crecimiento, la aspiración y
autorrealización; el otro, igualmente un potente factor para el apoyo mutuo y
el bienestar social.
No nos hallamos muy lejos de
explicar la tormenta desatada dentro del individuo, y entre éste y su entorno.
El ser humano primitivo, incapacitado para comprender su ser, y mucho menos la
unidad de toda la vida, se sentía absolutamente dependiente de las ciegas y
ocultas fuerzas, siempre dispuestas a burlarse y ridiculizarlo. A partir de
esta actitud, surgieron los conceptos religiosos del ser humano como una mera
partícula de polvo, dependiente de poderes supremos en lo alto, quienes sólo
pueden ser aplacados mediante la completa sumisión. Todas las primigenias sagas
descansan en esta idea, la cual sigue siendo el leitmotiv de las narraciones bíblicas que
tratan de la relación entre el hombre y Dios, el
Estado, la sociedad. Una y otra vez, el mismo motivo, el hombre no es nada, los
poderes supremos lo son todo. Por tanto, Jehová sólo tolerará al hombre a
condición de su completa sumisión. El Estado, la sociedad y las leyes morales
repiten la misma cantinela: El hombre puede tener todas las glorias de la Tierra, pero no
podrá tener conciencia de sí mismo.
El anarquismo es la única
filosofía que brinda al ser humano la conciencia de sí mismo; la cual mantiene
que Dios, el Estado y la sociedad no existen, que sus promesas son nulas y
están vacías, en tanto sólo pueden ser alcanzadas plenamente a través de la
subordinación del hombre. El anarquismo es, por tanto, el maestro de la unidad
de la vida; no sólo en la naturaleza, sino en el hombre. No existe conflicto
entre los instintos individuales
y sociales, no más de los que
existen entre el corazón y los pulmones: uno es el recipiente de la esencia de
la preciosa vida, el otro el recipiente del elemento que mantiene la esencia
pura y fuerte. El individuo es el corazón de la sociedad, conservando la esencia
de la vida social; la sociedad es el pulmón, el cual distribuye el elemento que
mantiene la esencia de la vida –esto es, el individuo– pura y fuerte.
“La única cosa valiosa en el
mundo”, dice
Emerson, “es el
alma activa; la cual todo ser humano tiene dentro de sí. El alma activa ve la verdad
absoluta y proclama la verdad y la crea”. En otras palabras, el instinto individual
es la cosa de mayor valor en el mundo. Ésta es
la verdadera alma que ve y crea la verdadera vida, a partir de la cual surgirá
una mayor verdad, el alma social renacida.
El anarquismo es el gran
libertador del hombre de los fantasmas que lo ha mantenido cautivo; es el
árbitro y pacificador de las dos fuerzas para una armonía individual y social.
Para alcanzar esta unidad, el anarquismo ha declarado la guerra a las
influencias perniciosas, las cuales desde siempre han impedido la combinación
armoniosa de los instintos individuales y sociales, del individuo y la
sociedad.
La religión, el dominio de la
conducta humana, representa el baluarte de la esclavitud humana y todos los
horrores que supone. ¡Religión! Cómo domina el
pensamiento humano, cómo humilla y degrada su alma. Dios es todo, el hombre es nada, dice la religión. Pero, a
partir de esa nada, Dios ha creado un reino tan despótico, tan tiránico, tan
cruel, tan terriblemente riguroso que nada que no sea la tristeza, las lágrimas
y sangre han gobernado el mundo desde que llegaron los dioses. El anarquismo
suscita al ser humano a rebelarse contra ese monstruo negro. Rompe tus cadenas mentales,
dice el anarquismo al hombre, hasta que no pienses y juzgues por ti mismo no te
librarás del dominio de la oscuridad, el mayor obstáculo a todo progreso.
La propiedad, el dominio de las
necesidades humanas, la negación del derecho a satisfacer sus necesidades. El
tiempo surgió cuando la propiedad reclamó su derecho divino, cuando se dirigió
al hombre con la misma monserga, igual que la religión: “¡Sacrifícate! ¡Abjura!
¡Sométete!”. El
espíritu del anarquismo ha elevado al hombre de su posición postrada. Ahora se
mantiene de pie, con su cara mirando hacia la luz. Ha aprendido a ver la
insaciable, devoradora y devastadora naturaleza de la propiedad, y se prepara
para dar el golpe de muerte al monstruo.
“La propiedad es un robo”, decía el gran anarquista
francés Proudhon. Sí, pero sin riesgo y peligro para el ladrón.
Monopolizando los esfuerzos
acumulados del hombre, la propiedad le ha robado su patrimonio, convirtiéndolo
en un indigente y en un paria. La propiedad no tiene incluso ni la tan gastada
excusa de que el hombre no puede crear lo suficiente como para satisfacer sus
necesidades. El más simple estudiante de economía sabe que la productividad del
trabajo en las últimas décadas excede, de lejos, la normal demanda. Pero, ¿qué
son demandas
normales para una
institución anormal? La única demanda que la propiedad reconoce es su propio
apetito glotón por mayores riquezas, ya que riqueza significa poder; el poder
para someter, para aplastar, para explotar, el poder de esclavizar, de
ultrajar, de degradar. Norteamérica particularmente es jactanciosa de su gran
poder, de su enorme riqueza nacional. Pobre Norteamérica, ¿de qué vale toda sus
riquezas si los individuos que componen la nación son miserablemente pobres, si viven en la vileza, en la
suciedad, en el crimen, sin esperanzas ni alegrías, deambulando, los sin techo,
un mugriento ejército de víctimas humanas?
Generalmente se acepta que, a
menos que las ganancias de cualquier negocio excedan a los costos, la
bancarrota es inevitable. Pero aquellos comprometidos en el negocio de producir
riquezas no han aprendido ni esta simple lección. Cada año, el coste de
producción en vidas humanas cada vez es mayor (50.000 asesinados, 100.000
heridos en el último año en Norteamérica); las ganancias para las masas,
quienes han ayudado a crear las riquezas, cada vez son menores. Aún
Norteamérica continúa ciega frente a la inevitable bancarrota de nuestras
empresas productivas. Pero éste no es su único crimen. Aún más fatal es ¿el
crimen de convertir al productor en una mera pieza de una máquina, con menos capacidad de
decisión que sus amos de hierro y acero. A los hombres se les roba no sólo el
producto de su labor, sino la fuerza de la libre iniciativa, de la originalidad
y el interés o deseo por las cosas que él realiza.
La verdadera riqueza consiste en
objetos de utilidad y belleza, en cosas que ayuden a crear cuerpos fuertes,
bellos y espacios que inspiren a vivir en ellos. Pero si el hombre está
condenado a ovillar algodón en una canilla, o cavar el carbón, o construir
caminos durante treinta años de su vida, no se puede hablar de riqueza. Lo que
entregan al mundo son sólo objetos grises y repugnantes, reflejo de su
existencia aburrida y repugnante, demasiado débil para vivir, demasiado cobarde
como para morir. Es extraño decirlo, pero hay personas que alaban estos métodos
de mala muerte de centralizar la producción como el más orgulloso logro de
nuestra época. Se equivocan plenamente al no darse cuenta que si continuamos
con esta sumisión a la máquina, nuestra esclavitud será más plena que nuestro
servilismo al rey. No quieren saber que la centralización no es sólo el toque
de difuntos de la libertad, sino igualmente de la salud y la belleza, del arte
y la ciencia, todas ellas imposibles en una atmósfera cronometrada, mecánica.
El anarquismo no sólo repudia
tales métodos de producción: su objetivo es la más libre posible expresión de
todas las fuerzas latentes del individuo. Oscar Wilde definía una personalidad
perfecta como “una que
se ha desarrollado bajo perfectas condiciones, que no ha sido dañada, mutilada
o en peligro”. Una
personalidad perfecta, por tanto, sólo es posible en un estado social donde el
hombre sea libre para elegir el modo de trabajo, las condiciones de trabajo y
la libertad para trabajar. Una sociedad para la cual la fabricación de una
mesa, la edificación de una casa o labrar la tierra, sea lo que la pintura para
el artista o el descubrimiento para el científico; el resultado de la
inspiración, de un intenso anhelo y un profundo interés en el trabajo como una
fuerza creativa. Siendo ése el ideal del anarquismo, la organización económica
debe consistir en una asociación voluntaria de producción y distribución,
gradualmente desarrolladas dentro de un comunismo
libertario, el mejor medio de producir con el menor gasto de energía humana. El
anarquismo, sin embargo, igualmente reconoce
el derecho del individuo, o un grupo de individuos, para fijar en cualquier
momento otras formas de trabajo, en armonía con sus gustos y deseos.
En tanto tal muestra libre de
energía humana sólo es posible bajo una completa libertad individual y social,
el anarquismo dirige sus fuerzas contra el tercer y mayor enemigo de toda
igualdad social; concretamente, el Estado, la autoridad organizada o la ley
estatutaria, la dominación de la conducta humana.
De igual modo a como la religión
ha encadenado la mente humana, y la propiedad o el monopolio de los objetos, ha
sumido y suprimido las necesidades humanas, el Estado ha esclavizado su
espíritu, dictando cada fase de la conducta. “Todo gobierno, en esencia”, dice Emerson, “es tiranía”. Sin importar que se gobierne
por derecho divino o por mayoría. En cualquier caso, su objetivo es la absoluta
subordinación del individuo.
En referencia al gobierno
estadounidense, el gran anarquista norteamericano David Thoreau decía: “Gobierno, qué es si no una
tradición, aunque sea reciente, tiene la tentación de transmitirse a sí mismo
intacto a la posteridad, aunque en cada instancia pierda su
integridad; no tiene la vitalidad y fuerza de un simple hombre vivo. La ley
nunca ha hecho al hombre más justo; y por
medio del respeto a la misma, incluso los mejor predispuestos diariamente se
convierten en agentes de la injusticia”.
De hecho, el elemento central del
gobierno es la injusticia. Con la arrogancia y la autosuficiencia de un rey que
no se equivoca, los gobiernos ordenan, juzgan, condenan y castigan las más
insignificantes ofensas, mientras se mantiene por medio de la mayor de las
ofensas: la aniquilación de la libertad individual. Por lo tanto, Ouida está en
lo cierto cuando mantiene que “El Estado sólo busca inculcar aquellas
cualidades en su público mediante las cuales sus demandas sean obedecidas, y
sus arcas llenas. Su mayor logro ha sido la reducción de la humanidad al
funcionamiento de un reloj. En esta atmósfera, todas esas tenues y más
delicadas libertades, que requieren un cuidado y una expansión espaciosa,
inevitablemente se secan y fallecen. El Estado requiere una maquinaria
cobradora de impuesto que no tenga obstáculos, un fisco el cual nunca tenga
déficit, y un público monótono, obediente, descolorido, apocopado, moviéndose
humildemente como un rebaño de ovejas a lo largo de un camino entre dos muros”.
Pero hasta un rebaño de ovejas
podría hacer frente a los embustes del Estado, si no fuera por los métodos
corruptores, tiránicos y opresivos empleados
para alcanzar sus objetivos. Por eso Bakunin repudia al Estado como sinónimo de
la claudicación de la libertad del individuo o las pequeñas minorías; la
destrucción de las relaciones sociales, la restricción o incluso la completa
negación, de la propia vida, para su engrandecimiento. El Estado, altar de la
libertad política y, como el altarreligioso, se mantiene con el propósito del
sacrificio humano.
De hecho, no hay casi ningún
pensador moderno que no esté de acuerdo con que el gobierno es la autoridad
organizada, o el Estado es necesario sólo para mantener o proteger la propiedad
y el monopolio. Se han mostrado sólo eficaces para esa función. Incluso George
Bernard Shaw, quien todavía cree en el milagro de un Estado bajo el fabianismo, no ha podido dejar de admitir
que “en
estos momentos es una inmensa maquinaria para robar y esclavizar a los pobres
mediante la fuerza bruta”. Siendo así, es muy difícil entender por qué el desconcertante
intelectual desea mantener el Estado después de que la pobreza deje de existir.
Desafortunadamente, todavía
existe un amplio número de personas que continúan manteniendo la fatal creencia
de que el gobierno descansa en leyes
naturales, que mantiene el orden social y la armonía, que disminuye el crimen y
que evita que el vago esquilme a sus semejantes. Por lo tanto, debo examinar
estos planteamientos.
Una ley natural es un factor en
el ser humano, el cual se impone a sí mismo, libre y espontáneamente, sin
ninguna fuerza externa, en armonía con
los requisitos de la naturaleza. Por ejemplo, las exigencias de una nutrición,
una gratificación sexual, de la luz, el aire y el ejercicio, son una ley
natural. Pero su expresión no necesita de la maquinaria gubernamental, no
necesita de la porra, de la pistola, de las esposas o de la prisión. Para
obedecer tales leyes, si podemos denominarlo como obediencia, sólo se necesita
de la espontaneidad y libre oportunidad. Que los gobiernos no se mantienen por
medio de tales factores armoniosos lo demuestra las terribles muestras de
violencia, fuerza y coerción que todos los gobiernos emplean con el objetivo de
subsistir. Por tanto, Blackstone tiene razón cuando dice: “Las leyes humanas no son
válidas, ya que son contrarias a las leyes de la naturaleza”.
A no ser el orden de Varsovia tras la matanza de miles de
personas, es muy difícil atribuir a los gobiernos cualquier capacidad para el
orden o la armonía social. El orden derivado de la sumisión y mantenido por medio
del terror no es una garantía de seguridad, aunque sea el único “orden” que los gobiernos han mantenido
siempre. La verdadera armonía social surge naturalmente de la solidaridad de
intereses. En una sociedad en donde aquellos que siempre trabajan nunca tienen
nada, mientras aquellos que nunca han trabajado disfrutan de todo, no existe la
solidaridad de intereses; por lo tanto, la armonía social sólo es un mito. La
única manera en que la autoridad organizada hace frente a esta grave situación es
ampliando todavía más los privilegios para aquellos que ya monopolizan la
tierra, y esclavizando aún más a las masas desheredadas. De esta manera, todo
el arsenal del gobierno –leyes, policía, soldados, juzgados, parlamentos y
prisiones– está rotundamente al servicio de la “armonización” de los elementos más
antagónicos de la sociedad.
La más absurda apología de la
autoridad y la ley es que sirven para reducir el crimen. Aparte del hecho de
que el Estado es en sí mismo el mayor criminal, rompiendo cualquier ley escrita
y natural, robando a través de los impuestos, asesinando a través de la guerra
y pena capital, se ha visto incapacitado para hacer frente al crimen. Ha
fracasado plenamente en destruir o incluso minimizar el terrible azote de su
propia creación.
El crimen no es otra cosa que
energía mal dirigida. En tanto cada institución actual, económica, política,
social y moral, conspire para conducir las energías humanas por canales
erróneos; en tanto la mayoría de las personas esté fuera de lugar, haciendo las
cosas que ellos odian, viviendo una vida que aborrecen, el crimen será
inevitable, y todas las leyes de los códigos legales sólo pueden incrementar, y
nunca acabar, con el crimen. ¿Qué hace la sociedad, en su actual forma, para
conocer los procesos de desesperación, de pobreza, de horrores, de la terrible
lucha que mantiene el alma humana en su camino hacia el crimen y la
degradación? Quien conozca este terrible proceso no puede dejar de reconocer la
verdad de estas palabras de Kropotkin:
“Aquellos que mantendrán el
balance entre los beneficios
atribuidos a la ley y el
castigo, y los efectos degradantes de
este último sobre la humanidad;
aquellos que estimarán el
torrente de depravación vertida
en la sociedad humana por el
soplón, potenciado incluso por
el juez y pagado por ello con
moneda cantante y sonante por
los gobiernos, bajo el pretexto
de que ayuda a desenmascarar el
crimen; aquellos que
entrarán entre los muros de las
prisiones y verán allí en lo que
se han convertido los seres
humanos cuando se les priva de la
libertad, cuando están
sometidos a la vigilancia de brutales
guardianes, con burdas y
crueles palabras, con miles de punzantes
y desgarradoras humillaciones,
estarán de acuerdo con
nosotros que todo el aparato de
prisiones y castigos es una
abominación que debe concluir”.
La disuasiva influencia de la ley
sobre el hombre perezoso es demasiado absurda como para merecer alguna
consideración. Con que la sociedad fuera liberada de los derroches y gastos de
mantener a la clase ociosa e igualmente los grandes gastos de la parafernalia
de la protección que requiere esta clase ociosa, la mesa social podría contener
abundancia para todos, incluidos incluso los ocasionales individuos ociosos.
Por otro lado, es correcto
considerar que la vagancia es producto, o de los privilegios especiales o de
las anormalidades físicas y mentales. Nuestro
presente insano sistema de producción potencia ambos, y lo que es más
sorprendente es que las personas quieran trabajar, incluso ahora. El anarquismo
aspira liberar al trabajo de sus aspectos agotadores y deprimentes, de sus
tristezas y coacciones. Su aspiración es hacer del trabajo un instrumento de
disfrute, de energía, de color y de verdadera armonía, para que aun el más
pobre de los hombres, pueda hallar en el trabajo tanto alegría como esperanza.
Para lograr tal modelo de vida,
el gobierno, con sus injustas, arbitrarias y represivas medidas, debe ser
eliminado. Lo más que ha hecho ha sido imponer un solo modo de vida para todos,
sin tener en cuenta las variaciones y necesidades individuales y sociales. Para
destruir el gobierno y sus códigos legales, el anarquismo propone rescatar el
amor propio y la independencia del individuo de toda represión e invasión de la
autoridad. Sólo en libertad puede el ser humano alcanzar su verdadera altura.
Sólo en libertad podrá aprender a pensar y moverse, y dar lo mejor de sí mismo.
Sólo en libertad podrá liberar las verdaderas fuerzas de los lazos sociales que
vinculan a los seres humanos entre sí, y que son la verdadera base de una
normal vida social.
Pero, ¿qué pasa con la naturaleza
humana?, ¿puede cambiarse?, y si no, ¿podrá sobrevivir bajo el anarquismo?
Pobre naturaleza humana, ¡qué
horribles crímenes se han cometido en su nombre! Cada tonto, desde el rey hasta
el policía, desde el cabeza hueca hasta el aficionado sin visión de la ciencia,
presumen de hablar con autoridad sobre la
naturaleza humana. Cuanto mayor sea el charlatán, más definitiva será su
insistencia en la maldad y debilidad de la naturaleza humana. Pero, ¿cómo puede
nadie hablar hoy en día, con todas las almas en prisión, con cada corazón
encadenado, herido y mutilado, de esta manera?
John Burroughs ha indicado que
estudios experimentales sobre animales en cautiverio son absolutamente
inútiles. Su carácter, sus hábitos, sus
apetitos sufren una completa transformación cuando son arrancados de su
territorio en el campo y el bosque. Con la naturaleza humana enjaulada en un
estrecho espacio, golpeada diariamente hasta la sumisión, ¿cómo podemos hablar
de sus potencialidades?
La libertad, el desarrollo, la
oportunidad y, sobre todo, la paz y la tranquilidad, son los únicos que pueden
enseñarnos los verdaderos factores
dominantes de la naturaleza humana y todas sus maravillosas posibilidades.
El anarquismo, por tanto,
verdaderamente representa la liberación de la mente humana de la dominación de
la religión; la liberación del cuerpo humano de la dominación de la propiedad;
la liberación de las trabas y restricciones del gobierno. El anarquismo
representa un orden social basado en la libre agrupación de individuos con el
objetivo de producir verdadera riqueza social; un orden que garantizará a cada
ser humano el libre acceso a la tierra y el pleno goce de las necesidades de la
vida, de acuerdo con los individuales deseos, gustos e inclinaciones.
Ésta no es una idea estrambótica
o una aberración mental. Es la
conclusión a que han llegado multitud de hombres y mujeres inteligentes a lo
largo del mundo; una conclusión a resultas de las observaciones detalladas y
esmeradas de las tendencias de la sociedad moderna: la libertad individual y la
igualdad económica, las fuerzas combinadas para el nacimiento de lo que es
hermoso y verdadero en el hombre.
En cuanto a los métodos, el
anarquismo no es, como algunos pueden suponer, una teoría sobre el futuro que
se logrará a través de la divina inspiración.
Es una fuerza viva en los hechos de nuestra existencia, constantemente creando
nuevas condiciones. Los métodos del anarquismo, por lo tanto, no suponen un
programa irrefutable que debe ser llevado a cabo bajo cualquier circunstancia.
Los métodos deben surgir a partir de las necesidades económicas de cada lugar y
clima, y de los requisitos intelectuales y temperamentales del individuo. El
carácter sereno y calmado de Tolstoi necesitará diferentes métodos para la
reconstrucción social que la personalidad intensa y desbordante de un Miguel
Bakunin o un Pedro Kropotkin. Igualmente debe estar claro que las necesidades
económicas y políticas de Rusia dictarán medidas más drásticas que en
Inglaterra o Estados Unidos. El anarquismo no defiende la instrucción militar y
la uniformidad; pero sí defiende, sin embargo, el espíritu revolucionario, en
cualquier forma, contra cualquier cosa que impida el crecimiento humano. Todos
los anarquistas están de acuerdo en ello, de igual modo en que están de acuerdo
en
su oposición a las maquinaciones
políticas como medio para alcanzar el gran cambio social.
“Toda votación”, dice Thoreau, “es una especie de juego, como
las damas o el backgammon, jugando con lo correcto y lo erróneo; su obligación
nunca excede su conveniencia. Incluso votando lo correcto no está haciendo nada
por ello. Un hombre sabio no dejará lo correcto a merced de la casualidad, ni
deseará que prevalezca a través del poder de la mayoría.” Un examen minucioso de la
maquinaria política y sus consecuenciasconfirmaría la lógica de Thoreau.
¿Qué nos demuestra la historia
del parlamentarismo? Nada, salvo el fracaso y la derrota de hasta la más simple
reforma para mejorar la presión económica
y social que sufren las personas. Leyes han sido aprobadas y promulgadas para
la mejora y protección del trabajo. Así, el año pasado se demostró que
Illinois, con las más rígidas leyes para proteger a los mineros, ha sufrido el
mayor desastre de la minería. En los Estados en donde imperan leyes sobre el
trabajo infantil, la explotación de los menores es altísima, y aunque entre
nosotros los trabajadores disfrutan de plena capacidad política, el capitalismo
ha alcanzado su cumbre de descaro.
Incluso si los trabajadores
pudiesen tener sus propios representantes, por lo cual claman nuestros buenos políticos socialistas, ¿qué
oportunidad habrá para su honestidad y buena fe? Debe tenerse en mente los
procesos políticos para darse cuenta que el camino de las buenas intenciones
está lleno de escollos: prebendismo, intrigas, favores, mentiras, fullerías; de
hecho, embustes de todo tipo, mediante los cuales el aspirante político puede
alcanzar el éxito. Añadido a esto, está la completa desmoralización del carácter
y convicción, hasta que no quede nada que pudiera hacernos esperar algo de
tales ruinas humanas. Una y otra vez, las personas han sido tan estúpidas para
confiar, creer y apoyar hasta su último penique a los aspirantes políticos,
sólo para hallarse a sí mismos traicionados y engañados.
Se puede mantener que el ser
humano íntegro no se corromperá con la miseria de la vorágine política. Tal vez
no; pero tales personas se encontrarán
absolutamente desamparadas como para ejercer la más mínima influencia en nombre
de los trabajadores, como de hecho ha quedado demostrado en numerosas
ocasiones. El Estado es el amo económico de sus sirvientes. Los buenos hombres,
si los hubiera, o permanecen fieles a sus creencias políticas, perdiendo sus
apoyos económicos, o se aferran a sus amos económicos, siendo incapaces de
hacer el más mínimo bien. El campo político no deja alternativa, uno debe ser o
un zopenco o un canalla.
La superstición política todavía
influye sobre los corazones y mentes de las masas, aunque los verdaderos
amantes de la libertad no tendrán nada que ver
con ello. Al contrario, creerán, con Stirner, que el hombre tendrá tanta la
libertad como ellos quieran tomar. El anarquismo, por tanto, defiende la acción
directa, el rechazo abierto y la resistencia frente a las leyes y las
restricciones económicas, sociales y morales. Aunque el rechazo y la
resistencia sean ilegales. En ello descansa la salvación del ser humano. Todo
lo ilegal necesita de la integridad, de la independencia y el coraje. En pocas
palabras, buscamos la libertad, los espíritus independientes, los “hombres que son hombres, y que
tienen la fortaleza para no dejarse manipular”.
El propio sufragio universal debe
su existencia a la acción directa. Si no llega a ser por el espíritu de rebelión,
de desafío, por parte de los padres revolucionarios norteamericanos, sus
descendientes todavía vestirían la chaqueta real. Si no llega a ser por la acción
directa, John Brown y sus camaradas, Norteamérica todavía estaría comerciando
con la carne de las personas de color. Lo cierto es que el negocio de la carne
blanca todavía está vigente; pero ésta, igualmente, será abolida por la acción
directa. El sindicalismo, la palestra económica del gladiador moderno, debe su
propia existencia a la acción directa. Sin embargo, recientemente, la ley y el
gobierno han intentado acabar con el movimiento sindicalista, condenando a los
partidarios del derecho del hombre a organizarse, a la cárcel como
conspiradores. Si hubieran intentado hacer valer su causa a través del ruego,
de las súplicas y el compromiso, los sindicatos tendrían una insignificante
presencia. En Francia, en España, en Italia, en Rusia, hasta en Inglaterra
(ejemplo de la creciente rebelión de las centrales obreras), la acción directa,
revolucionaria y económica, ha adquirido una fuerza tan poderosa en la batalla
por la libertad industrial que ha conllevado que todo el mundo se percate de la
tremenda importancia del poder del trabajo. La huelga general, la suprema
expresión de la concientización económica de los obreros, era nimia en
Norteamérica hasta hace muy poco. En la actualidad, toda gran huelga, con el
objetivo de lograr el triunfo, debe tener en cuenta la importancia de la
protesta general solidaria.
La acción directa, que ha
demostrado su efectividad en los aspectos económicos, es igualmente potente en
el entorno del individuo. Hay cientos de fuerzas que invaden los límites del
ser, y sólo la persistente resistencia frente a ellas finalmente lo libertará.
La acción directa contra la autoridad en el taller, la acción directa contra la
autoridad de la ley, la acción directa contra la invasora y entrometida
autoridad de nuestros códigos morales, es el lógico y coherente método del
anarquismo.
¿Nos llevará ésta a una
revolución? Por supuesto, lo hará. Ningún verdadero cambio social ha tenido
lugar sin una revolución. Las personas, o no están familiarizadas con su
historia, o todavía no han aprendido que la revolución es el pensamiento
convertido en acción.
El anarquismo, el gran fermento
del pensamiento, actualmente está imbricado en cada uno de los aspectos de los
logros humanos. La ciencia, el arte, la
literatura, el teatro, el esfuerzo por la mejora económica, de hecho, cada
oposición individual y social al desorden existente en las cosas, es iluminada
por la luz espiritual del anarquismo. Es la filosofía de la soberanía del
individuo. Es la teoría de la armonía social. Es el gran resurgimiento de la
verdadera vida que se está reconstruyendo en el mundo, y que nos conducirá
hasta el Amanecer.
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